PALABRAS Y TATUAJE

Juan Carlos Méndez Guédez



¿Qué complicidad se establece entre la mano y el papel?
La última nota del diario de Sándor Márai se encuentra escrita a mano: una despedida en toda regla en la que revela el principio del último viaje.
Quizás la mano necesitaba aproximarse a la concreción de la tinta, a su olor, a su textura.
En ocasiones extremas la piel busca la palabra que pueda tatuarla.
Tal vez escribimos en computadoras, viendo tan sólo el reflejo de unas letras que no tienen el olor de la tinta, para salvarnos de lo que allí escribimos, para mirarlo sin que nos toque, sin que nos manche.

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Ubicar en 2009 esa frase de Hobbes: “El día que yo nací mi padre madre parió dos gemelos: yo y mi miedo”.
No olvidar lo curioso que ha sido que al intentar recuperarla de memoria me equivoque y diga siempre: “mi padre”. No olvidar que incluso ahora al anotarla en el cuaderno, de nuevo cometo el mismo error.
¿Qué señal me estoy enviando yo mismo sin reconocerla?

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La última foto del calendario: un fotograma de Casablanca.
Me gusta la idea de despedir el año con esa imagen: Bergman y Bogart, se aman en el brillo de una eternidad efímera con la que me duermo todas las noches.
Pienso luego en un poema de José Emilio Pacheco que habla sobre la pérdida y los amantes que se extraviaron en el tiempo; nunca logro recordar versos enteros pero siempre guardo una música invisible; palabras sueltas; algún ritmo peculiar; como si el poema dejase en mí una estela que surge de las palabras pero que se impone, que se eleva sobre ellas.
Intento pensar cómo puede ser una novela en la que los personajes sean la estela de la prosa con que los vestimos, emoción pura, música. Una novela en que los personajes tengan esa perdurabilidad, ese temblor de lo vivo con que ahora miro una vez más a Bogart y Bergman, mientras se aman.