Silda Cordoliani

La mujer se asoma a la ventana desde donde hace muchos años solía complacerse contemplando el cerro majestuoso. Trata de imaginarlo tras las ruinosas torres de cientos de apartamentos, imaginarlo como era entonces, porque ahora, así un milagro derribara esos monstruos insalubres, tampoco la montaña sería la misma: sembrada de minúsculos habitáculos de “colores tropicales”, calcinados sus escasos espacios desocupados, prefiere en verdad que permanezca oculta, tapada para siempre por el enjambre humano que es hoy todo su paisaje.



NOVELA BAJANDO DE UN TAXI

Pedro Sorela

De las diecinueve mujeres excepcionales que llegaron ese 29 de abril a París, once lo eran por bellezas varias. De las niñas, una llevaba escrito en sus ojos redondos el comienzo de una de esas historias de uno que cambian la de todos. El pelo renegro de la condesa inglesa se explica porque antes había sido cigarrera en Budapest. Y además de una joven canosa de Quebec, figuraba la obligada prostituta con cara de Blancanieves, llegada desde Londres en el Euro Star para cenar con un jeque en Maxim’s y dormir en el Crillon.



MALEMBE

Juan Carlos Chirinos

El ventilador ofrece una fuerza incontenible, piensa un mosquito, empeñado en llegar hasta el muslo. La noche oculta muchos objetos, pero nunca la blancura de las sábanas. Entre ellas, el cuerpo moreno y desnudo palpita rítmicamente. Aún faltan unos instantes para que se despierte. A su lado, otro cuerpo, perfecto en su pliegue más erróneo, arriba a conclusiones personales, mirando hacia el techo. Se rasca una oreja puntiaguda y murmura en recitativo: Malembe... Malembe...




EL ASCENSOR

Ernesto Pérez Zúñiga

La vecina del quinto dice haber visto otra vez al Aparecido. Sus palabras se impregnan de un eco sordo en el ambiente eléctrico del portal, que tiene dos ascensores. El portero del inmueble se lo repite otra vez: "¿El Aparecido? Eso es una tontería".




DESCENSO

Nicolás Melini


No era la primera vez que mi pequeño apartamento se llenaba de humo, un humo misterioso que lo envolvía todo: los muebles, los cuadros, las lámparas.
Las ventanas estaban cerradas, no podía haber entrado desde fuera; la cocinilla reluciente. Dónde es el incendio. Todo aquel humo me estaba poniendo aprehensivo.




LA PALMA DE LA MANO IZQUIERDA

Juan Carlos Méndez Guédez

1: Piensa en una espiga. Luego piensa en la palabra espiga. Comprende que es sólo la palabra lo que tiembla en el viento. Él no conoce las espigas. 2: El muslo de aquella mujer era largo como una espiga. Luego al dormirse piensa: escribir la espiga para que el muslo tiemble. Otra vez.




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El espejismo, por Ernesto Pérez Zúñiga

Palabras y tatuaje, por Juan Carlos Méndez Guédez

El trabajo en varios géneros, por Nicolás Melini